TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

LA INTERNACIONAL

PEDRO G. ROMERO

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Acéphale

12 de febrero de 1936. Virgen de estilo barroco, le han arrancado la cabeza y los brazos. Testimonio de Pepe Zayas. Batallón del Comandante Contreras. Iglesia de San Pedro. Olías del Teniente Castillo (Olías del Rey). Toledo.

 

24 de junio de 1936. Imagen de hombre decapitado, con los brazos extendidos y una calavera expuesta en su sexo. Dibujo de André Masson. Revista dirigida por George Bataille. Apartamento, Rennes, nº72, bis. París.

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Extramuros, fue hallada en el lateral de la Iglesia. Tras la huída de los criminales se traslado en andas al interior del Templo. Donde antes había risas y desprecio, hay ahora devoción y rezos, regocijo del alma. Aquí no hubo incendio. Dios no necesita un rostro, ni su Madre, ni su Hijo tampoco. Los bárbaros pretendían que perdiéramos la Fe y sólo les hemos perdido a ellos. La imagen de la Virgen decapitada, sólo nos muestra su vientre en cinta por Inmaculada Concepción. Ha perdido la mano que sostenía el lirio y la mano que guardaba la corona. El vestido estrellado y prendado de flores oculta a quien nos salvará del mundo. Él es templo, no laberinto. Alfa y Omega. Han convertido en adefesio a la Santa Madre, nuevo sacrificio, para que admiremos no nato al Hijo.

 

El hombre ha escapado de su cabeza como escapa de la cárcel el condenado. Ha encontrado más allá de sí mismo no a dios, que es la prohibición del crimen, sino a un ser que ignora la prohibición. Al margen de lo que soy, encuentro un ser que me produce risa porque no tiene cabeza, que me colma de angustia porque está hecho de inocencia y crimen: lleva un arma de fuego en la mano izquierda y llamas semejantes al sagrado corazón en la derecha. Reúne en una misma erupción el Nacimiento y la Muerte. No es un hombre. Tampoco un dios. No soy yo, pero es más yo que yo; su vientre es el dédalo en el que se ha extraviado él mismo, en el que me extravía de sí y en el que me veo siendo él, es decir, un monstruo.

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Esperando la llegada de cien combatientes que montan motocicletas flamantes. Mohamed el Mizzian al mando de los regulares emprende una rápida maniobra de envolvimiento, una vez hayan pasado los motoristas el pueblo de Olías y antes de que lleguen a Bargas. El movimiento se ejecuta con rapidez vertiginosa. Las cien máquinas quedan en poder de los nacionales. Los rojos desesperan, asaltan la iglesia y destrozan a su paso todo aquello que para nosotros es sagrado, mientras en las afueras, les esperan las ametralladoras de la Legión y de los Regulares.

 

Cuando la muchedumbre acude al lugar en el que se la reúne con el ruido inmenso de la marea –con un ruido de reino-, las voces que se dejan oír por encima son voces cascadas: no son los discursos que oye los que hacen de ella un milagro e impulsan secretamente al llanto, es su propia espera. Porque no existe únicamente el pan, porque su avidez humana es tan clara, tan ilimitada, tan terrible como la de las llamas –exigiendo desde el principio que surja, que sea.