TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

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PEDRO G. ROMERO

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Colegio de Sociología Sagrada

Desde 25 de julio al 27 de septiembre de 1936. Disposición de momias, calaveras y utensilios desacralizados. Comandante “Rojo”, Andrés Saco “el brigadier” y Miguelete. Saqueo del Altar de la Iglesia de San Miguel. Toledo.

 

Desde 25 de julio al 27 de septiembre de 1937. Disposición de momias, calaveras y utensilios desacralizados. Georges Bataille, Michel Leiris y Roger Caillois. Celebración ritual en el Colegio de Sociología Sagrada. París.

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Cuando los defensores del Alcázar se recluyeron en su fortaleza, los milicianos rojos avanzan y se apoderan de la Iglesia de San Miguel. La utilizan como reducto, fortín, cuartel de milicias y antro de bacanales y orgías. Con tan macabro salvajismo que acaso en ninguna otra iglesia de Toledo se hayan dado escenas tan horripilantes de aquelarre y satanismo como en San Miguel. Apenas irrumpieron en la iglesia, un cabecilla señaló el Sagrario, indicando que allí se guardaban las Sagradas Formas. Primeramente tirotean el Sagrario. Luego le hacen saltar a culatazos, y como no encuentran el copón, la emprenden con todo lo que hay en la iglesia. Imágenes y lámparas, y hasta el sencillo mobiliario que componían los bancos y la cajonería de las cómodas, caen rotos y pulverizados. El instinto de destrucción no se aplaca, y estas furias rojas, que parecen salidas del infierno, ponen sus manos en los enterramientos. Con palanquetas y escoplos rompen las lápidas, descubren los esqueletos y las momias y las sacan de sus sepulcros. Con las tibias simulan a veces cruces de befa y las pasean en satánica procesión. Otras las empuñan a manera de maza, y con ellas remedan los combates del hombre troglodita. Los juegos macabros terminan con aullidos que vitorean a la C.N.T.-F.A.I. Hasta el polvo de las sepulturas es removido con ardor. Proclaman que en estas tumbas están enterrados los tesoros de la antigüedad y que desde la remota época que esculpen las lápidas adornan a los muertos cargas de alhajas y joyas postreras. Luego, cuando se encuentran defraudados al vaciar enteramente las sepulturas, aplastan los cráneos o los hacen danzar, lanzados como pelotas de balompié de uno a otro corro, que así se divierte y clamorea. Las escenas de la iglesia ofrecen un espectáculo abominable: sobre una mesa aparece un cadáver en postura infamante. Trece cráneos, componiendo un execrable emblema, pregona la ferocidad sanguinaria y terrible de la F.A.I. La constante marxista dejó además, como huella de su paso, angustia y desesperación, un panorama desalentador para la religión.

 

Es posible tener sentimientos anticristianos, incluso agresivos: ello no impide advertir que la iglesia y las casas que la rodean realizan juntas un equilibrio vital de modo que una destrucción radical de la iglesia tendría algo de mutilación. La iglesia forma en el centro de la aldea un lugar sagrado, por lo menos en el sentido de que la actividad profana se detiene en su recinto y no puede penetrar allí, sino por engaño. Una sustancia esencialmente sagrada, en el sentido de que no puede ser tocada, ni siquiera ser vista más que en condiciones raramente realizadas, se conserva en la parte central del edificio. Se añade a esto que en gran número de casos se han depositado cadáveres bajo las losas; que en todas las iglesias un hueso de santo se ha incrustado bajo el altar al consagrar el edificio. Todos los cadáveres del pueblo pueden además estar enterrados alrededor de ella. El conjunto posee cierta fuerza de repulsión que garantiza generalmente el silencio interior, que mantiene el ruido de la vida a distancia; tiene al mismo tiempo una fuerza de atracción por ser objeto de una indiscutible concentración afectiva más o menos constante de los habitantes, concentración independiente en parte de los sentimientos que pueden calificarse como específicamente cristianos. Además, desde el punto de vista de la atracción, existe en el interior de ese núcleo un ritmo de actividad marcado por las fiestas dominicales o anuales. Y en nombre de las fiestas mismas esa actividad interior conoce un momento de intensidad mayor, un momento de silencio prosternado que interrumpe el ruido del órgano y del canto. Es posible, pues, percibir incluso en estos hechos muy cercanos a nosotros que, en el centro mismo de la atracción animada que reúne a la multitud para una fiesta, se introduce un instante de solemne repulsión: la mímica exigida a los fieles en el momento en que se realiza el sacrificio es la de la angustia culpable, el objeto sagrado alzado por el sacerdote exige que las cabezas se inclinen, es decir, que los ojos se aparten y que las existencias individuales se borren, se anulen bajo el peso de un silencio cargado de angustia.