TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

LA INTERNACIONAL

PEDRO G. ROMERO

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Los putrefactos

1936. Los milicianos y milicianas, con una custodia y ornamentos sagrados hacen esta parodia. Ochandiano, Vizcaya. Dionisio de Bové. Lo que muchos olvidaron, un grito de atención frente a la barbarie. Buenos Aires. Fotografía encontrada a un miliciano rojo, evadido de Ochandiano.

 

1925. Dalí [1], Lorca [2] y Pepín Bello dibujan estos Putrefactos musicales. Residencia de Estudiantes. Madrid. Rafael Santos Torroella [3]. Los Putrefactos, historia y antología de un libro que no pudo ser. Barcelona. Dibujo perteneciente a la colección de Fernando Caballero [4] y Elena Bello [5].

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En las naves hubo depósito de municiones y todo el templo sufrió las más horrendas profanaciones con la promiscuidad d milicianos y milicianas, y su trasformación en “cabaret”. Las imágenes fueron unas destrozadas, otras quemadas, siendo lo más frecuente el vaciado de los ojos. Los ornamentos sagrados fueron utilizados para la confección de polainas y trajes; el órgano, de 28 registros y dos teclados, fue completamente destrozado; los relieves de sillería el coro fueron arrancados, rotas las vidrieras, desgarrados los cuadros de la sacristía y la Iglesia. El sagrario fue destrozado de tal manera que las Sagradas Formas fueron partidas y desparramadas por los suelos, perdiéndose también los vasos sagrados, candelabros, etc.

 

Todo en este dibujo parece coadyuvar a lo, en sentido etimológico, horrísono de esta escena que, posiblemente, en la intención de sus imaginarios protagonistas, sea de una placentera y apacible expansión lírica familiar. Pormenores como el sucinto bodegón colocado sobre una esquina de la mesa de la izquierda, el frágil florero con sus dos ramas escuetas que parecen agitadas por las sacudidas del piano y éste, con sus teclas sometidas a las brusquedades de las manos del enmedallado ejecutante, le imprimen al conjunto un aire de desenfrenada sensiblería que hace más patética la figura del niño del primer término, el cual, con su perro en brazos, diríase que intenta salvarse con él de la musical quema doméstica organizada por sus padres y sus hermanas en el salón hogareño, enmarcado por gruesos y solemnes cortinajes.