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Salzburg: Superpolis

Iglesia de San Lorenzo del Monte o de Sous. Bassegoda. La Garrotxa. Gerona.  Asaltada y saqueada en 1936. En la imagen, un aspecto del exterior de la iglesia declarada en estado ruinoso. Fotografía tomada en 1978.

 

Expansión of Salburg: Superpolis. Günther Feuerstein. Viena. 1965. Se presentan tres dibujos del proyecto de expansión urbana, procedentes de la colección del propio Günther Feuerstein. Para las fotografías copyright de Philippe Magnon.

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La llegada hasta aquí viene recompensada por la aparición de esta ruina. El desorden en que están colocadas sus piedras, más allá de un comentario sobre la devolución de lo construido por el hombre a la naturaleza a la que se la había robado, parece un tratado de armonía bucólica, la verdadera imagen de una oficina de recepción campestre. Paredes de piedra, piedras amontonadas, piedras dispersas. Todo esto se transforma a nuestros ojos con la comodidad que da la atmósfera de la primavera: una pared que nos brinda sombras, un montículo en el que los niños juegan, un cómodo banco en el que sentarse a descansar. Pasa como en esas dependencias municipales de los pueblos calurosos, que en verano el lugar más fresquito resulta ser el de los calabozos. Por eso nos alegra tanto que nadie pensara jamás en reformar estas ruinas.

 

Se trata de una serie de dibujos sobre paisajes urbanos, laberintos modulares que sustituyen a los edificios en el entramado de la ciudad, construyéndolo a base de estaciones y zonas de paso. La referida “Superpolis” aparece como una suerte de maqueta de mecano, una futurista mesa de juegos en el que cada pieza del laberinto va encajada en función de su articulación con las demás piezas del juego. Está trama, tan cercana en apariencia a la ciencia ficción, sin embargo encaja a la perfección con la estructura física de la vieja ciudad medieval. Parecería a veces que resulta del encaje entre un vaciamiento del espacio clásico y su rellenado por medio de módulos barrocos. Más bien el resultado de alguien que quisiera urbanizar las construcciones penitenciarias de Piranesi que de una tentativa utópica moderna.

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Estas localizaciones arquitectónicas tienen por su disposición la estructura orgánica del municipio aunque incidentalmente, su estructura no es urbana y no pueda caracterizarse como una población propiamente dicha. Así, las localizaciones de San Miquel o San Bartomeu de Pincaró, San Llorenç de Sous o Mare de Déu del Mont son todas parroquias pertenecientes a Bassegoda, por mucho que esta localización tenga poco de municipalidad. Con esta misma disposición se pueblan grandes zonas de las regiones pirenaicas de Cataluña.

 

En la Universidad Técnica de Viena, los seminarios de Gunther Feuerstein, que desde finales de los años 50 escribía ya sobre arquitectura incidental, crearon el caldo de cultivo de una arquitectura poco convencional. Los primeros trabajos de Ortner [1] y Kelp [2], así como los de Prix y Swiczinsky todavía mostraban con claridad las huellas de una arquitectura escultórica que años más tarde, en los setenta, continuaron los arquitectos Granz y Domenig, y que podría considerarse como una modificación de una arquitectura “orgánica”. Sin embargo, dentro de un contexto internacional, no es sino una pequeña ramita en el frondoso árbol de la explosión arquitectónica que se estaba desarrollando en todas partes.

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Desde una perspectiva morfogénetica, es decir, relativa a los procesos de formación y de transformación del espacio edificado o urbanizado, ya se ha considerado la importancia del enajenamiento a la Iglesia de sus posesiones territoriales. Las desolaciones iconoclastas fueron en muchos casos justamente eso, creación de solares, que no dejaban de aplicar una suerte de amortización radical, versión apremiante y expeditiva de la que ejecutara legalmente Mendizábal en el XIX. Las masas anticlericales se convertían de este modo en algo así como espontáneas brigadas de derribo al servicio de la culminación de un proyecto urbanístico que había beneficiado de forma extraordinaria a la especulación capitalista. En efecto, la demolición legal o turbulenta de iglesias y conventos -con sus huertos, colegios o locales parroquiales anexos- a lo largo de todo el siglo XIX hizo posible, a partir de la transferencia de la propiedad de amplios espacios urbanos de la Iglesia a la burguesía, que el crecimiento demográfico pudiera ser absorbido por los propios centros urbanos y que las administraciones locales pasaran a disponer de numerosos solares que destinar a edificios públicos. El provecho obtenido por las clases medias compradoras de bienes desamortizados y el propio Estado ha sido propuesto como uno de los factores que explicarían la oleada de incendios anticlericales de 1835, en provincias como Barcelona, Tarragona, Gerona, Zaragoza o Madrid, acontecimientos violentos en los que «hubo una dirección suficientemente explícita de aquellas clases acomodadas que de inmediato se beneficiaban de los incendios de conventos y de las matanzas de los frailes». Transferencias parecidas habrían de repetirse en 1936. Por ejemplo, la iglesia del Mercadal y la iglesia y convento de las Bemardas, en Gerona, no fueron destruidas por las «hordas» sino por las brigadas municipales, a la semana de iniciarse la revolución, cumpliendo asi acuerdos adoptados por la Corporación. Se cumplía así el viejo proyecto del Ayuntamiento por abrir espacios públicos en la zona que ocupaban aquellos establecimientos religiosos, en torno las calles de Les Hortes y Santa Clara.

 

En 1935, Edgar Kaufmann analizó en la arquitectura revolucionaria de en torno al 1800, el comienzo de una arquitectura “autónoma” que empezaba a escindirse de las otras artes, desarrollando sus propias reglas de geometría euclidianas. A pesar del pluralismo de los estilos hallados a finales del siglo XIX, la idea de una reducción formal del lenguaje arquitectónico siempre ha sido de interés, siendo de nuevo aceptada en 1900. En Glasgow y Viena, se colocaron las nuevas piedras fundamentales para un acercamiento geométrico a la arquitectura, preparando el terreno para el primer “movimiento moderno”; el funcionalismo y el racionalismo, anunciados por los movimientos del siglo XIX, comenzaron a ejercer una poderosa influencia en la arquitectura. Ambos jugaron un papel decisivo en el abandono del eclecticismo dominante durante la segunda mitad del siglo anterior. Sin embargo, no tardaron en ser mal comprendidos, interpretados equivocadamente: Sullivan, Mies van der Rohe [3], Le Corbusier [4], Gropius [5], considerados como los líderes o representantes del funcionalismo, en realidad nunca habían considerado su trabajo fuera de los límites del arte y del contexto de la historia de la cultura. Se dejó a la arquitectura de posguerra que interpretara el funcionalismo en términos puramente pragmáticos y económicos. El resultado nos resulta familiar: la aridez de los asentamientos en la periferia urbana, especialmente en Viena; el provincianismo de la arquitectura educativa; la demolición del Grunderzeit Hauser (construido en las últimas décadas del siglo xix); la ingenuidad del periodo de reconstrucción de la posguerra. La rebelión contra el fracaso de la arquitectura surgió a principios de los cincuenta. Por supuesto, en Viena, esta rebelión tuvo en un primer momento un origen literario, con los tres manifiestos publicados en 1958 convertidos en una inesperada primera crítica del funcionalismo. Fritz Hundertwasser preparó el “manifiesto del enmohecimiento’, Arnulf Rainer y Markus Prachensky pretendían hacer “arquitectura con sus propias manos”, y Gunther Feuerstein propagó la “Arquitectura Incidental”.

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Pero, más allá de una fuente de beneficios patrimoniales, ¿qué significaban esos sitios sagrados que eran objeto de saqueo, incendio y demolición, y que podían ser desde magníficas catedrales urbanas a las más modestas capillas o a perdidas ermitas de montaña? Una vez instaladas las agresiones anticlericales en la jurisdicción de las ciencias sociales del espacio, ¿puede ignorarse lo que se ha escrito sobre la misión que asumen las procesiones y las romerías que se desautorizan durante el período republicano, sobre el papel en las dinámicas sociales de los lugares tan violentamente interpelados por los iconoclastas? Es obvio que difícilmente se podría desatender todo lo producido por una amplia tradición que, en antropología social, se ha consagrado a analizar cómo los lugares y las manipulaciones espaciales del culto religioso de denominación católica eran, y son todavía, puestos al servicio de esas lógicas de tenitorialización, o lo que es igual, de esas formalizaciones cualitativas de un espacio que era de esa manera socializado y culturalizado, dotado de valores semánticos. Desde la antropología del espacio se pondría enseguida de manifiesto cómo esos puntos de la topografía que eran objeto de agresión habían sido nudos en los que se unía sacramentalmente el pasado con el presente, el cielo y la tierra, la voluntad divina y la acción humana, lugares de referencia para una actividad ritual de la que la misa era sin duda el elemento menos relevante, puesto que era la distribución de los sacramentos, es decir, de los rituales de paso sociales -bautizos, primeras comuniones, bodas, entierros, etcétera- y el ciclo de la liturgia popular lo que les otorgaba su función principal.

 

Esto parece constrastar completamente con el concepto de ciudad superpoblada, planteándose como alternativa a la aridez de la expansión incontrolada de la periferia y de las urbanizaciones satélite. No obstante lo cual continúan siendo, incluso hoy en día, válidas como modelo de conservación del paisaje y del entorno natural. El ideal de una ciudad compacta y delimitada se asociaba a la idea de múltiples vínculos de tránsito. Se atribuye gran importancia a la posibilidad de cambiar de diferentes modos de transporte: el “conmutador” es el punto perfecto en donde los pasajeros pueden cambiar de una línea de comunicación urbana a otra. La Bridge City for Salzburg de 1966 de Gunther Feuerstein mostraba un extenso espectro de comunicación y se concibió como una confrontación deliberada con la Vieja Ciudad.

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Es obvio que difícilmente se podría desatender todo lo producido por una amplia tradición que, en antropología social, se ha consagrado a analizar cómo los lugares y las manipulaciones espaciales del culto religioso de denominación católica eran, y son todavía, puestos al servicio de esas lógicas de territorialización, o lo que es igual, de esas formalizaciones cualitativas de un espacio que era de esa manera socializado y culturalizado, dotado de valores semánticos.

 

La ciudad, como la arquitectura, fue vista como manifestación de una señal “que marcaba los puntos focales de las actividades humanas”. Una vez más, eras libre de interpretar la arquitectura como una obra de arte, un vehículo de significado, una metáfora; como una realidad social. En 1966, Gunther Feuerstein demostró en la exposición “Ficción urbana” cómo articulaba sus ideas la nueva generación (de estudiantes): la arquitectura mostrada iba más allá del racionalismo, como una señal, compacta, liberada, poderosa.

 

 

 

 

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El CURA atraviesa la plaza del pueblo, la cámara apostada en la Columna de la Virgen, el cura viene del Monumento a los Caídos hacia la cámara, con un devocionario bajo el brazo, toda la plaza del pueblo está vacía, junto a la estación de gasolina está la GASOLINERA, que dice, cuando el cura pasa por delante de ella a unos diez metros: griagsgod (alabado sea Dios), y deja de observar al cura que sigue su camino y entra en su casa. Cuando el cura está junto a la Columna de la Virgen, los gritos súbitos de cientos de cerdos a la derecha, al fondo, que se convierten progresivamente en un horrible gruñir de cerdos, como de miles de cerdos, en oleadas, mientras la cámara permanece inmóvil en la plaza del pueblo vacía y muestra la plaza del pueblo vacía cada vez con más insistencia, aunque también más inmóvil, más fija, los gruñidos de los cerdos cobran una intensidad que sólo puede alcanzar en gigantescos criadros (o en Saint Marx), en donde guardan, se puede criar al mismo tiempo miles, si es que no decenas de miles de cerdos, es, parece al oído, como si de pronto dieran de comer al mismo tiempo a diez mil cerdos. Después de mostrar durante veinte segundos, mientras los gruñidos de los cerdos aumentan aún, la plaza del pueblo totalmente vacía, comienzan unos gruñidos de cerdos más intensos aún, en el preciso instante en que el cura, como si acabara de visitar brevemente una casa situada detrás de la Columna de la Virgen, vuelve otra vez, ahora sin devocionario, el cura atraviesa toda la plaza del pueblo muy tranquila, muy regularmente y, aunque los gruñidos de los cerdos son insoportables, se tiene la impresión de que el cura no oye los gruñidos, no los oye en absoluto, cuando en realidad se oyen los gruñidos de decenas de millares de cerdos. El cura recorre toda la plaza del pueblo, pasando junto al Monumentos a los Caídos, va hacia la iglesia, desaparece tras el Monumento a los Caídos, pero la cámara se queda aún seis o siete segundos en la plaza del pueblo, los gruñidos de los cerdos cesan bruscamente.