TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

LA INTERNACIONAL

PEDRO G. ROMERO

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Vicente Escudero

25 de julio de 1936. Cristo roto. Convento de las Concepcionistas destruido en la Guerra Civil. Edificio ocupado por los milicianos bajo las siglas CNT-FAI. Causa de los mártires de la persecución religiosa en Toledo. (1939) Fotografía de Pelayo Mas Castañeda. Convento de la Concepción. Toledo.

 

6 de diciembre de 1928.  Pies de Cristo. Vicente Escudero, al baile, contra dos motores. Ritmos sin música. Todas las danzas de España. Presentación de la CIA. Vicente Escudero. Mi baile. (1948) Fotografía de Estudio Odak (fotógrafo desconocido). Sala Pleyel. París.

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Con inusitada violencia se arrancaron los Cristos de sus cruces y se cruzaron, más si cabe, sus piernas y pies, sus brazos y manos. Es tal la gracia de estas despojadas imágenes que parecería que están bailando.

 

A ese paso, a ese cruce de pies y piernas lo llamo los pies de Cristo, inspirado por los crucificados castellanos cuyas extremidades están muy exageradas y más que en la cruz muriendo parece estar bailando.

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Comienza la bacanal sacrílega. El día lo pasan disparando a la calle y la noche febril, destruyendo las joyas de la casa que les sirve de parapeto. Con el motor de una ametralladora desguazan un Cristo al que, como bestias, tiran de los dos brazos. El crujir de la madera se confunde con el tableteo del martillo percutor, improvisada mula de tiro. Desvalijan el coro, rompen el órgano y las alacenas, y un montón informe de policromías y miembros rotos marca los restos de los Cristos destrozados a golpes y tajos. La misma polea que arranca sus manos a Cristo les sirve para tirar al suelo altares, techos y vigas trabajadas con religioso esmero. Las máquinas al servicio del diablo sólo saben figurar el infierno. Dos miliciano hacen girar al Cristo mutilado como una peonza. Los pies de la escultura quedan clavados al suelo y ante el milagro, un golpe de mosquete lo derriba.

 

Hay aplausos entre el rojerío. Un gitano “anarquista” compara su tez oscura con la del pedazo de madera y la soldadesca se burla. Dan rienda suelta a sus impulsos y no son ya Cristos, Vírgenes y Santos los objetos de su odio, también representaciones profanas sufren martirio. Las imágenes de unas ninfas que el saber popular había transfigurado en ángeles resultan mutiladas. El ruido sordo de las ametralladoras convierte toda la escena en un gran baile infernal.

 

Durante mi fiebre pictórica estaba tan influido por todas las teorías nuevas que me pasaba las noches sin dormir, y cuando lo hacía mis sueños estaban también sugestionados por ellas. Así una noche soñé que bailaba con el ruido de dos motores y al poco tiempo lo convertí en realidad, llevándolo a la escena de la sala Pleyel, de París, en un concierto en el que presenté un baile flamenco-gitano, con el acompañamiento de dos dinamos de diferente intensidad. Yo, a fuerza de quebrar la línea recta que producía el sonido eléctrico, compuse la combinación rítmico-plástica que me había propuesto por voluntad, y que para mí representaba la lucha del hombre y la máquina, de la improvisación y la técnica mecánica. En parte del público esta demostración causó gran desconcierto. No se daban cuenta de que el baile era el mismo que tanto me habían aplaudido otras veces, pero realizado con una mayor belleza estética, conseguida precisamente por la libertad con que podía desenvolver mis movimientos y mis impulsos.

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En fin, se trata también de un combate entre la técnica y el mundo religioso. Son incompatibles. Si los marxistas tenían una visión científica del mundo, ésta era incompatible con lo que se guardaba en Conventos e Iglesias de Toledo. Geometrías vanguardistas frente a las orgánicas formas del verdadero mundo.

 

Las matemáticas no están muy lejos de los pies de este bailarín. Vicente Escudero, piensa sustituir la música que acompaña sus bailes por el ruido de un motor. Cambio perfectamente lógico, si se tiene en cuenta la raíz mecánica –dinámica del momento– de esta coreografía vanguardista.

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Se trata de un monje, carmelita, enjuto, enfermo, postrado sobre la cama castellana de un hospital de Toledo. Cristo, que para Campbell siempre será el Cristo púrpura pintado por el Greco, da a la escena un dramatismo especial. La violencia y la guerra referidas son las propias de la guerra civil española y la ciudad en ruinas es Toledo, una vez más, destruida con furia por las hordas rojas. No es sólo la destrucción de la guerra, también la destrucción sacrílega, la profanación. El escrito establece dos mundos claramente: desde el exterior llegan ruidos de motores, trompos, campanas y explosiones, es decir, la guerra y la furia anticlerical ante todo lo sagrado; en el interior, tan sólo cristiano silencio y católico recogimiento: Por el empañado cristal veía el vuelo de los astros cual palomas esparcidas por el estallido y el mugido del gran mundo, con péndulo de piedra sonando en el campanario de la noche. A lo lejos se oía que los hombres seguían su curso fustigados por sus placeres como si fueran trompos locos…, como la gris multitud cuando anochece sale a canjear su tedio en arrepentimiento. La luna, soldado con sangre en os ojos, al volver de la guerra, observa estas cosas. Y los gatos machos, estirados y grises, se arrastran por el cielo entre las chimeneas donde cantan las radios. Nada le pareció nunca tan enhiesto o elevado (sierra, iceberg o la torre del mediodía) como lo que vio al volver su rostro de la luna: ¡a Cristo ensangrentado colgado sobre un muro!

 

Escudero, castellano flamenco, enjuto de carnes, aires de iluminado, de una virilidad guerrera, hace crepitar las tablas del escenario y ensordece con sus audaces polifonías de percusión, taconeo, castañuelas de metal, pitos y uñas sonoras. Danza como si fuera un duende, en arranques de fiereza indomable, hasta perderse en el vértigo del ritmo, en una trenza espiritual indefinible de hebreo, árabe y gitano. Su acerada lucidez penetrante y revulsiva, monumental y profunda, expresiva y auténtica es más propicia a la emoción que al agrado. Se agita como un endiablado, con todo su poderío evocador de atavismos faraónicos. Poseído por un misticismo furioso, y esclavo de su lema fundamental «copiar es robar», el genio se tortura en crear una plástica personalísima. Plástica lenta o disparada, plástica pegada al suelo, plástica que es la fuerza esencial de su estilo inimitable. Inmenso y escueto, en Escudero recobran movimiento los personajes patéticos de los lienzos del Greco o de Zuloaga. Se entrevé algo muy serio en aquella esgrima constructiva de arquitectura humana, amasada de bizarría española. Ninguna sonrisa traiciona su sobrio semblante. En la expresión no accede a concesiones de simpatía artificial para cautivar el público. El arte singular y escarnado de Escudero, servido en crudo por su fluido númen, choca y aturde como un «upercut» inesperado. Frente al baile indolente de los flamencos indígenas, este baile frenético y esquemático de Vicente Escudero. Frente a la melancolía negativa del subsuelo local, ese dinamismo invencible y jubiloso, que cae como una bendición desde todas las azoteas artísticas del mundo.