TESAURO

CRONOLOGÍA

ARCHIVO F.X.

MÁQUINA P.H.

LA INTERNACIONAL

PEDRO G. ROMERO

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Zur Kritik der deutschen Intelligenz

1936. Iglesia de San Esteban. Olot. La Garrotxa. Gerona. Incendiada el 23 de julio de 1936. Pasa a ser propiedad municipal el 14 de julio de 1936. En la fotografía, vista de la fachada con las hornacinas vacías, de las que han sido eliminadas diversas estatuas de santos. La fotografía es de autor deconocido.

 

1919. Crítica de la inteligencia alemana. Hugo Ball [1]. Berna. Con este libro, concebido en forma de artículos a partir de 1917 tras su ruptura con el círculo dadaísta del Cabaret Voltaire [2], que él mismo había fundado en 1916 –también la palabra Dadá [3] fue una aportación de Ball y Hülsenbeck–, vacía la conciencia alemana para llenarla con las culpas de la Gran Guerra de 1914. Panfleto publicado en Die Freie Zeitung.

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La iglesia de San Esteban es asaltada el 23 de julio de 1936, amontonándose en el centro del templo bancos y otros enseres con el objeto de hacer una gran hoguera. Éste se hace estallar por medio de una bomba incendiaria. Así son destruidos la mayoría de los altares. También son arrancadas las esculturas que adornaban la fachada. La iglesia será convertida en almacén de pinturas y esculturas que procedían de diversos museos de Cataluña. La casa parroquial es expropiada por el Ayuntamiento y así, durante la guerra, la casa y el templo sufren algunas reparaciones y reformas. Ya en época de la Primera República, bajo la alcaldía de Joan Deu, el edificio de San Esteban había sido expropiado y usado a favor de distintos serviciós municipales y comunitarios.

 

La Crítica de la inteligencia alemana [4], que apareció en 1919, representa según palabras de Hermann Hesse [5] «el intento más grande, honrado y profundo que ha realizado Alemania para llegar a ser consciente de los siniestros poderes que condujeron a la degeneración del espíritu y las costumbres de la nueva Alemania, abocándola a un estado de culpa interior con respecto a la miseria del mundo y a la guerra mundial. Se trata de uno de los documentos más estimulantes y peculiares del anarquismo religioso».

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L’esglèsia de Sant Esteve d’Olot, convertida en altra Bastilla, es veié plena d’infeliços que eren tancats darrere les reixes dels altars com feres dins de gàbies, pel delicte de tenir parents a la muntanya, o pel de no voler o no poder pagar els impostos i derrames que, sense més llei que l’albir i a pretext de la salut pública, s’imposaven. L’espaiosa nau del temple, en lloc de les salmòdies i dels càntics de la litúrgia cristiana, ressonava amb les notes de l’Himne de Riego i del cancan, executades a l’orgue per mans acanallades i barroeres; l’emblema de la Trinitat, que hi ha dalt de l’altar major, servia per als exercicis de tir al blanc; en les beneiteres, s’abeuraven els cavalls i en l’Altar Major cadellava la gossa del comandant.

 

Autodeterminación, libertad, igualdad, fraternidad: las palabras celestiales se agolpaban unas detrás de otras. El entusiasmo y la alegría elevaron a París sobre hombros gigantescos, convirtiéndola en la capital del mundo. El papa, el verdugo y el trono se hundieron en la oscuridad, porque el hombre había nacido con el hombre. La vertu est un enthousiasme: nada de fe padeciendo, nada de dogmas. El dogma está muerto, como lo está el Dios pedante que pensó los dogmas sobre el Sinaí. El ser humano significa poder bailar y alegrarse: todas las fuerzas del espíritu recorrían el cuerpo en tromba, al mismo tiempo. La Carmagnole aullaba y La Marsellesa tronaba. Las mentes encendidas, los labios espumeantes.

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Si a la instauració de la llibertat religiosa, hi sumem, a més, les lleis del govern dirigidas contra els ordes religiosos, l’expulsió dels jesuïtes, la llibertat de premsa i d’associació, I’obligació dels eclesiástics de jurar la constitució de 1869, l’autorització del matrimoni civil (1870), la llibertat d’ensenyament, la defensa per part dels republicans de la separació de I’Església i I’Estat i variats actes i proclames de tall anticlerical contra temples i eclesiástics, s’entén l’enèrgica reacció i mobilització dels sectors catòlics, amb l’objectiu de crear un determinat corrent d’opinió pública contrari a la nova situació oberta el 1868. Sobre les manifestacions anticlericáls que sovintejaren en determinadas poblacions catalanes, Marian Vayreda en parla en aquests termes: «Pero la nota dominant era un odi sectari y bestial –afirma– contra tot quant tenia referencia amb lo Clero y la Religió. No pujava pas un orador a la tribuna d’una Acadèmia o sobre la taula del club o de la taberna, que a la segona paraula no I’engallés la dèria anticlerical». És, dones, en aquest context anticlerical que s’ha d’entendre que Marian Vayreda parli d’una certa revifalla del sentiment religiós, com a resposta a uns moments en alguns segments de la joventut universitària, tal com es desprèn del mateix text de Vayreda, començava a tenir com a referents, entre d’altres, Renan [6] i Zola [7], a més d’estar molt influïts per catedrátics krausistes i darwinistes. Segons el parer de Marian Vayreda, amb una gran dosi de simplificació sobre la complexitat de la vida política de l’etapa del sexenni democrátic, la revolució de 1868 contribuí a polaritzar la societat entre dos fronts o blocs: «La Revolució parti’ls camps –afirma–, y davant d’un partit radical y decidament anticatòlich, se’n forma un altre de católic resolut, ahon ingressaren ab entusiasme moltitut de joves il-lustrats, decidida a lliurar batalla en tots terrenos, lo mateix en lo de la pollemica qu’en lo de la forsa». Vegem-ne les característiques d’aquests dos fronts d’oposició i de mobilització deis quais parla Vayreda, a saber: la mobilització política i l’armada protagonitzada pel carlisme.

 

Se trata de uno de los documentos más estimulantes y peculiares del anarquismo religioso, escrito además en un lenguaje cuya trascendencia arroja una nueva luz sobre determinados contenidos latentes de tipo reaccionario. El contenido experimental del panfleto de Hugo Ball, que en el fondo no se puede sistematizar, ni se puede confrontar con una determinada llamada social sin provocar una cierta oposición, no es idéntico a los puntos de vista conscientes y a sus consecuencias religiosas. Por ello, cuando nos contentamos con la crítica, que pronto se abre paso en nuestra mente, de que los procesos económico-políticos de la historia alemana no pueden ser representados como ámbitos de referencia del movimiento espiritual, por no hablar de estos mismos procesos representados como fundamentos explicativos, sino que han de ser representados como consecuencias de las luchas espirituales, entonces renunciamos a extraer el beneficio que podemos obtener de las suposiciones de Ball, o sea, la imperiosa experiencia de una relación obligada y la ambivalencia del pensamiento alemán. Uno de los intereses imprevisibles por los que se puede leer a Ball en la actualidad reside en el hecho de que la Crítica de la inteligencia alemana ya anticipa por lo menos dos de las intenciones de la dialéctica negativa de Adorno: una intención retrospectiva sobre la génesis occidental, considerada como una irracionalidad, y no como una razón, de modo que lo razonable liberador aparece como excepción oculta, como historia secreta que tiene que ser descifrada; la otra intención es la de adoptar una posición a favor de los olvidados, de lo degradado, de «una actitud amistosa y amable con respecto a las cosas», de la fraternidad del hombre, el animal y la planta.

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Las emanaciones fétidas de una sociedad en plena descomposición continuarán infestando a Olot. La población decente y honrada, sumergida en un mar de lágrimas de sangre, permanece recluida en sus lares constantemente amenazados por el crimen y la expoliación. Sólo transitan los olotenses que no pueden excusarse de ello y, triunfantes y siniestros, los milicianos y las gentes que les son afectas. La piqueta demoledora de los sin Dios y sin Patria que asoló ya la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, que desgarró la fachada de San Esteban para «pelarla de santos», según propia expresión, ahora va cebándose en el santuario de la Virgen del Tura por acuerdo votado incluso por quienes titúlanse enemigos de su quema. Y los asesinos y los ladrones, los iconoclastas y los incendiarios, ya en el Comité ya en el Ayuntatniento, no cejan en la urdimbre y comisión de salvajadas y fechorías. No se han saciado todavía su sed de sangre inocente ni sus instintos de rapiña, y la medida de su odio feroz al Cielo está aún por colmar. Arrellanados indignamente en los sillones del que fué Círculo Olotense los enérgumenos del Comité de Defensa, fuman, escupen y vomitan palabrotas y blasfemias. Cargadores y proyectiles relucen en algunas mesas. Carteles flamantes de propaganda roja ensucian las paredes prematuramente embadurnadas con el roce de innumerables desharrapados. Unas rameras disfrazadas de milicianas en su ir y venir intentan alegrar la estancia. Y abajo, en el portal del edificio, el sicario de guardia, heraldo de la muerte a mansalva, con su semblante patibulario va mostrando fuera el ambiente que impera puertas adentro. De pronto, el más descastado y ruin ruge horrísonos insultos a todo lo santo y sagrado, enciéndense más, hasta relampaguear, sus ígneas pupilas; erízase su espeluzada cabellera; también se endiabla más su cara demoníaca; acentúase el feo prognatismo de sus mandíbulas; babea su hocico de fauno Y tras un puñetazo que descarga en la mesa se levanta resoluto, furioso, y seguido por media docena de bárbaros secuaces se echa a la calle. Es el repulsivo Pelegrín Serrat, Trotsky [8], como le llaman algunos; L’escabellat, conforme le apodan otros. Se dirige a San Esteban pensando en una nueva fechoría.

 

En definitiva, la historia del maquiavelismo en Alemania, en la que también habría que dedicar un capítulo a Marx [9] y a Lassalle, demostraría que se pervirtió sistemáticamente el pensamiento divino del Sacro Imperio en el sentido de la utilidad y que estas luchas por determinar la mayor autoridad todavía no han terminado en Alemania. Pero al mismo tiempo se demostró el espíritu de casta, ajeno al pueblo, y la escolástica del mismo período de esplendor humanístico de Alemania, cuyos representantes Kant [10], Fichte [11], Schelling, Humboldt y Hegel [12] aún partieron de la malicia y la depravación de los individuos en sus especulaciones políticas sobre las que se debía construir el Estado. El maestro de escuela alemán, que según se dice fue quien ganó las guerras de 1866 y de 1870, se guardó muy bien de llevar al pueblo las actitudes liberalistas de los pensadores alemanes, así como de llevar mejores opiniones del pueblo y del «rebaño» a los orgullosos círculos de eruditos. Faltaba amor, entrega y sufrimiento. En Alemania no había nihilistas rusos, que fueron los pioneros de la inteligencia para el pueblo. En Alemania sólo había pedantes, soñadores y ambiciosos sin escrúpulos. Y así doy la razón, tanto al principio como al final y en una profunda admiración y amor hacia Dostoievski, a lo que en 1870 escribió a Maikov desde Dresde: «Son los profesores, los doctores y estudiantes, y no el pueblo, quienes provocan la agitación y la algarabía. Un sabio de pelo blanco grita: “Tenemos que bombardear París”. Hasta tal punto llegó su necedad, que no su ciencia. A pesar de que pretendan siempre ser sabios, no por ello dejan de ser menos infantiles. Otra observación: el pueblo puede leer y escribir, pero a pesar de ello es increíblemente estúpido y está muy poco formado, muy limitado y dirigido por los más bajos intereses». El 5 de febrero de 1871 escribió: «Ellos gritan: “¡Nueva Alemania!”. Pero es precisamente al contrario. Ellos son una nación que ha agotado sus fuerzas, porque reconoce la idea de la espada, de la sangre y de la violencia. Esta nación no tiene la menor idea de lo que es una victoria espiritual, e incluso se ríe sobre el particular con una brutalidad soldadesca». Lo que Dostoievski vio en Alemania fue al salvaje Doctor Fausto, la máscara fúnebre marcial de una teocracia totalmente agotada.

 

 

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[Una gigantesca nube de polvo flotaba sobre la catedral, que estaba horriblemente abierta, y donde había estado la cúpula había ahora un agujero del mismo tamaño y, ya desde la esquina de Slama, pudimos ver directamente las grandes pinturas, en parte brutalmente arrancadas, de las paredes de la cúpula: ahora se destacaban, iluminadas por el sol de la tarde, contra el claro cielo azul; parecía como si al gigantesco edificio, que dominaba la parte baja de la ciudad, le hubieran hecho en la espalda una herida espantosamente sangrante. Toda la plaza, bajo la catedral, estaba llena de cascotes, y la gente, que había acudido como nosotros de todas partes, contemplaba asombrada aquel cuadro ejemplar, sin duda alguna monstruosamente fascinante, que para mí era una monstruosidad como belleza y no me producía ningún terror, de repente me enfrentaba con la absoluta brutalidad de la guerra y al mismo tiempo me fascinaba esa monstruosidad, y me quedé contemplando durante unos minutos, sin decir palabra, aquel cuadro que todavía tenía el movimiento de la destrucción, y que formaban para mí la plaza con la catedral poco antes alcanzada y la cúpula salvajemente abierta, como algo poderoso e incomprensible. Entonces fuimos a donde iban todos los otros, a la Kaigasse, allí enfrente, que había quedado destruida casi por completo por las bombas. Durante largo tiempo estuvimos, condenados a la inactividad, de pie ante los gigantescos montones de escombros humeantes entre los cuales, según se decía, muchas personas, probablemente ya muertas, habían quedado sepultadas. Mirábamos los montones de escombros y a los que buscaban desesperadamente seres humanos en esos montones de escombros, y en ese instante vi todo el desamparo de los que de pronto penetran sin transición en la guerra, al hombre completamente sometido y humillado que, de súbito, cobra conciencia de su desamparo y su falta de sentido.]